Las “Tontitas” forman parte de la historia de los seguros; pero, es preciso que sepas que antes la precedió la denominada Ley de Rodas que constituyó una gran protección para el comercio marítimo entre los griegos.
En dicha Ley se establecía que las pérdidas de un viaje de transporte de mercancías fuera pagadas por todos los propietarios de las mercancías que se estaban transportando en el momento en que ocurrió el desastre.
Roma heredó el sistema griego en muchos aspectos, también en el aseguratorio; pero, también creó una curiosa y nueva cuota entre los militares que se convertía en un sistema indemnizatorio digno de mención que funcionaba en caso de viaje o cambio de guarnición o destino.
Y desde luego, entre los sistemas aseguratorios destacan también las denominadas Tontitas, de origen medieval e italiano, consistente en sumas fijas de dinero que se aportaban entre los participantes y después se repartían en una fecha previamente fijada entre los supervivientes del grupo que la constituyó y que aportó tal dinero.
Entre los siglos XIV y XVI aparecieron las primeras regulaciones de seguros: en Florencia (1369), Barcelona (1435), Burgos (1494) y Sevilla (1554). El primer contrato de seguro marítimo se fecha en la ciudad de Génova en el año 1347, el primero de vida en Londres en el año 1583; teniendo también el primer contrato de incendios origen en esta misma ciudad; pero, en el año 1667.
Fue el gran incendio acontecido en Londres en 1666 la catástrofe tras la que comenzaron a surgir las primeras empresas de aseguramiento, y así se pone de manifiesto en el artículo publicado en el mes de septiembre en la Mutualidad de la Abogacía; si bien, algunas compañías que surgían dadas las circunstancias se caracterizaron por su afán usurario, e incluso por la insolvencia de muchas de ellas en caso de acontecer una catástrofe.
En el siglo XVIII los seguros se caracterizan por partir de una misma prima que se complementaba con la entrega de una cantidad adicional cada año; y especialmente, era en los seguros de vida donde se apreciaba de una forma más evidente que era preciso matizar los riesgos: ya que, una persona más joven tenía un riesgo menor, y a más largo plazo, de fallecimiento, que otra de avanzada edad; lo que hacía que los costes para el asegurado no fueran los mismos y el riesgo para la aseguradora tampoco, era preciso analizar cada caso de forma individual.
La necesidad de valorar los elementos de cada situación como características determinantes a la hora de gestionar el riesgo se hace poco a poco más evidente, y para ello se aplican estadísticas como la de Edmund Halley, quien elaboró la primera tabla de mortalidad, y teorías de probabilidad como la de Pascal utilizadas para calcular riesgos y primas en relación a posibilidades aleatorias de accidentes, sucesos, catástrofes o fallecimientos.
En el siglo XX los Estados comienzan a interesarse por el control de la actividad aseguradora y por la necesidad de garantizar que los seguros se realicen de modo que eviten una previsible insolvencia empresarial de la compañía aseguradora. Ya se han ajustado riesgos y primas; la preocupación ahora se centra en que la empresa pueda responder de forma adecuada y conforme a lo contratado cuando se produce el hecho asegurado.
En la actualidad, nos encontramos en el siglo XXI, ya no se planten problemas de falta de regulación, las empresas aseguradoras son solventes; y surge en el ámbito comunitario al que pertenecemos la Directiva comunitaria de Solvencia II, con la previsión de su definitiva transposición en el año 2016, la preocupación se centra en armonizar regulaciones internacionales.
Efectivamente, dicha Directiva fue aprobada con el fin de armonizar el sector de los seguros en toda Europa, especialmente mejorando la medición de los riesgos y el control de la volatilidad en el sector.
Este es el punto final de este breve pero interesante recorrido histórico de algo que forma parte de nuestra vida diaria, los seguros, y cuya evolución hacia el futuro no tardará en verse llegar.